El mejor regalo de Reyes: la ilusión
5 de enero de 2008. Lucas y Marta, de apenas 3 y 8 años, se levantan a desayunar. Ambos con el pelo un poco alborotado y algo desorientados, no sabían muy bien en qué día se habían levantado. Parece que dormir en vacaciones produce un desorden general.
Se levantaron como un día cualquiera, pero este sería muy diferente a los demás. ¿Y cómo no iba a serlo? ¡Es el día por excelencia de cualquier niño, por la tarde irían a la Cabalgata de Reyes!
El día transcurría y Laura, su madre, esperaba que llegara la hora para sacar de su escondite todos los regalos que había comprado con ilusión para sus hijos. Marta ya sabía que los Reyes Magos no existían, su prima le había desvelado el secreto unos meses antes. Pero ella, que además no era muy consciente de la situación, seguía con la misma ilusión de siempre. Le esperaba un día muy guay.
Tras la cabalgata, tocaba ir a casa de sus abuelos. Los niños estaban eufóricos.
La pequeña plazuela llena de macetas en la que vivían Carmen y Daniel parecía una fiesta, o así lo veían sus nietos que llegaban llenos de felicidad, recorriendo todos los rincones de la casa y saludando a todo el mundo. Primos, tíos y abuelos, todos estaban allí.
Entre tanto: típicas charlas navideñas en las que se tocan todos los palos de la baraja, se pensarían que iban a arreglar el mundo (al menos lo querían intentar), y algún pequeño cántico que se escapaba en esa noche de ilusión.
6 de enero, 00:00 horas.
—Niños, ¿habéis escuchado ese ruido? —pregunta su tío mirando a los más pequeños de la familia.
El pequeño de tres añitos se queda callado, se levanta y va hacia la puerta. Antes de llegar, se gira con cara de “qué miedo, está oscuro, ¿nadie me va a acompañar?”, esperando que alguien fuera a socorrerlo.
Marta, que se encontraba sentada entre sus abuelos, encima de los brazos de ambos sillones, va con su hermano. Pero ella no se atrevía a salir si nadie les encendía la luz del pasillo. Al final, sus primas de 19 y 16 años, junto a algún familiar más, van con los pequeñajos a ver qué ocurre, a ver qué habría sido ese misterioso ruido.
—¡Han venido los Reyes! ¡Han venido los Reyes! —exclama la mayor.
—Mamá, mamá. Ven, ¡corre! —dice entusiasmado el más pequeño.
Las escaleras que subían a la segunda planta estaban repletas de regalos. Había para todos, desde los más pequeños a los más grandes. Nadie se quedaría sin el suyo. Todos habían sido buenísimos ese año, no cabía la menor duda. El amor, la felicidad, la ilusión y el entusiasmo impregnaban aquella casa en la que lo más importante era la familia.
5 de enero de 2014. Lucas y Marta, ya con 9 y 14 años, llegan a mediodía a casa de sus abuelos.
—Tomad, niños, vuestros reyes —dice el abuelo mientras alza su mano y les da un billete a cada uno.
Los años habían pasado y la ilusión se había perdido. Este día hace tiempo que no volvió a ser el mismo: faltaban personas, faltaba ilusión… faltaba todo. Todo y todos habían cambiado.
Ahora, estos niños, con 15 y 20 años, solo desean tener a toda su familia junta, como cuando eran pequeños: su abuelo, con su copa de vino y sus mantecados (que estarían todo el año rondando por ahí), y su abuela, con esa ansia de tener que hacerlo todo por y para todos, ¡que a nadie le falte de na’!
Felicidad. Felicidad e ilusión con la familia. Ese es el mejor regalo de Navidad.
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