La sinfonía de la vida

Desenfundas tu espada y ya estás preparado para una nueva batalla. Una batalla en la que tendrás que lidiar con múltiples acordes, escalas, arpegios o quién sabe si con una obra que tenga siete alteraciones en su armadura, siete bemoles o sostenidos a los  que tendrá que enfrentarse el Rey Arturo con su legendaria Excálibur.

Pero, ¿qué puede ser peor? ¿La obra más difícil del mundo o una persona inculta que no sepa valorar tu trabajo?

La vida de un músico es una vida llena de altibajos, nunca sabes lo que te espera porque no es un trabajo monótono. Es un trabajo en el que puede que tengas que hacer un concierto muy difícil o uno muy fácil, un día tocas genial y otro fatal.

—No quiero decir que es complicada, pero lo es —confiesa Álvaro Sánchez, un chico  de piel clarita, pelo castaño y unos ojos color café de los que podrías beber, gracias a su brillo transparente. Siempre con una sonrisa que dedicarte y baquetas en mano a punto de desenvainarlas.

En sus 25 años ha dado alguna que otra vuelta hasta llegar al Conservatorio de Maastricht, al sur de los Países Bajos. Nunca olvidará el día que le dijeron que estaba aceptado para irse a estudiar allí.

—Buah, lo primero que hice fue llamar a mi madre y los dos ahí llorando como locos, porque es mucho trabajo, mucho dinero y mucho sacrificio —cuenta muy emocionado.

Cuando era pequeño, toda su familia tocaba algún instrumento y él no iba a  ser menos. Cada vez le gustaba más y sin pensarlo, acababa dejando de lado los planes con sus amigos por ir a un ensayo de la banda. Aunque su verdadera vocación no la tuvo clara hasta hace relativamente poco. Incluso se fue a Granada a estudiar el Grado en Arquitectura. Pero a día de hoy, su presente y su futuro se encuentran detrás de una caja, unos timbales o unas marimbas.

Y qué le voy a hacer, si el veneno de la música llevo en mi piel…

Suena ‘Búscate un hombre que te quiera’ de El Arrebato, pero no tiene nada que ver con él. Eso sí, esta estrofa le viene al pelo. La música para Álvaro ha sido como un veneno, como bien dice el sevillano en su canción.

La música es un oficio complicado, porque tienes que estar muy estable mentalmente. Hay cosas que no siempre salen como uno quiere y cada día quieres un poquito más. Es muy duro, porque a lo largo de la carrera hay mucha gente que te va a decir que tocas mal, que no vales para la música y que te dediques a otra cosa, simplemente porque su gusto no es igual que el tuyo.

—Te pueden amargar, porque la música es muy, muy subjetiva. Entonces, si no le gusta lo que haces a una persona que tú consideras que es un referente, ya te empiezas a replantear las cosas —reflexiona algo cabizbaja Claudia Lobato, una almeriense de 20 años que siempre ha tenido muy claro que su futuro sería expresando sentimientos a través de su flauta travesera, y a día de hoy, sigue su camino estudiando en el Conservatorio Superior de Música “Rafael Orozco” de Córdoba.

Un músico es como un deportista. No importa que acabes la carrera, una persona que toca un instrumento siempre tiene que estar en forma. Si dejas de estudiar una semana, estás perdido. En cuanto coges el instrumento, notas que algunas de tus facultades han disminuido.

Tilín, tilín… tilín, tilín...

Cuando estás tocando o escuchando música, da igual tu país o tu raza, porque la música tiene un idioma propio y aunque no hables la misma lengua que tu compañero, conectarás a través de ella.

—Es como interculturalidad, convivencia, porque aprendes a no ser el único protagonista, sino que estás con mucha más gente y tienes que aprender a convivir con ellos —comenta Anabel Ramos, una oboísta aficionada de 22 años que ha nacido y crecido con la música. Y no es de extrañar, si salía de su casa y caía en el ensayo de la banda que se encontraba apenas a unos metros de distancia. Ahí donde se ha formado, se ha desarrollado como persona y como músico.

La música transmite valores de trabajo en equipo, compañerismo, empatía o responsabilidad. Se trata del hecho de saber tratar con otras personas, de saber cuándo eres tú el protagonista o cuándo lo es tu compañero.

Las personas, por lo general, no son conscientes de este arte, no son conscientes de lo que significaría una vida sin música. Imagina levantarte de la cama, ir al trabajo o a cualquier otro lado sin ella. Normalmente escuchamos música en la radio, Spotify o cualquier playlist del móvil.

¿Qué se haría cuando vas solo andando por la calle o cuando estás tranquilo en casa? ¿Y cuando te estás duchando? Todas las vidas se concentran gracias a la música, eso que escuchas día tras día. Es muy raro que alguien no lo haga, no es habitual. La vida sin música sería muy triste.

—El mayor problema de la música es que en España no hay cultura musical, no hay hábito de escuchar algo que no sea reggaeton o cosas así, estamos en una sociedad de consumo rápido —reconoce Álvaro.

El percusionista lamenta mucho que la sociedad no valore la música de verdad, como la música clásica. Cuenta que la gente busca algo más rápido de comprender y que en un momento les cree energía, que “les pegue el subidón y ya está, y a poder ser en español, que no tengan que esforzarse en entender el inglés u otro idioma”, comenta un poco entre risas.

En Andalucía, sobre todo, el músico es el del bombo y platillo, el típico de las fiestas al que le dicen “venga, nene, toca”, mientras el otro está tranquilito en su barra de chapa, bebiendo y comiendo.

Pum-cha, pum-cha, pum-cha.

Es probable que el problema principal venga desde la educación en el colegio, donde se consideran fundamentales asignaturas de ciencias o letras, mientras que las asignaturas de artes y las creativas quedan en segundo plano.

Álvaro manifiesta que en el colegio, en vez de la “flautita”, él pondría la enseñanza de un instrumento o al menos, de canto. “No pido que sean cantantes de ópera, pero sí que conozcan su voz, qué registro tienen, qué pueden hacer…”, a la vez que cuenta que así desarrollarán el oído, aprenderán a valorar más la música, conocerla y tener más criterio.

La música, enfocada como una profesión o un “simple” hobbie, tiene un trabajo inmenso detrás: dedicación de años —porque cualquiera no es capaz de tocar un instrumento decentemente—, mucho estudio, ensayos y, sobre todo, miles de caídas y tropiezos, días en los que repetirás dos pentagramas cien veces y no habrá manera de que consigas hacerlo bien.

Esta guerra no es fácil, de hecho ninguna de las batallas lo es. A veces hay tormenta, a veces el vaivén de las olas inunda de calma el escenario… Sin embargo, cuando coloreas los oídos de alguien y llegas hasta su interior… ahí has ganado. En ese momento has conquistado a todo un público y no solo habrás ganado la batalla, sino la guerra. Pero aún quedarán mil y un conflictos más.

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